miércoles, 11 de junio de 2014

Elogio a su cuerpo. A mi cuerpo - Marilinda Guerrero

Con taza de café en mano y un libro de poesía de Alaíde Foppa conocí sus ojos, cejas,  nariz,  boca, orejas, pelo, manos, pies, senos, cintura, sexo, piel, huesos, corazón, venas, sangre, sueño y aliento.  La recorrí desde lo externo a lo interno, la parafernalia y sus bases. Escuché los lagos, sus lágrimas, el viento que recorrió sus cabellos, los latidos. Me percaté de su belleza. Ésa  que va más allá de lo racional, el imperdible amor a sí misma, la necesidad de dar voz a la colectividad de órganos que la componían, el arte de plasmar en letras algo más allá de una descripción literal, darle vida a la vida desde el anís hasta el jazmín. Fue cuando me quité la ropa y me vi frente al espejo. Observé rasgo a rasgo cada poro de mi cuerpo. Sus hondonadas, surcos, curvas, el espacio entre las piernas, el punto de anclaje a la vida,  mis cabellos. Así estuve por un rato evaluando mi presencia, escuchando sus sonidos, sus voces, sus historias escondidas. Pude ver cómo brotaron de mi cuerpo extensiones que se enraizaron en las páginas de su libro, de sus versos y sin miedo, me adentré en sus letras y jugué con ellas, llegué incluso a conocer la hidrografía de sus venas, sus laberintos misteriosos, sentir su sangre, sus sueños. Reposé unos momentos entre su elogio y disfruté la paz de su ramaje. Al despertar, me encontré en la habitación, sola, con la taza de café en mano y el libro de poesía. Sé que Alaíde así quiso que la recordara, no con sus demonios ni conflictos, sino con la comunión de ella con el universo, como cuando ella abrazó la tierra y alzó su alma al cielo. 

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